jueves, 19 de mayo de 2011

El escarabajo de oro o dorado. Aún no me decido.


Erase una vez un gran faraón que soñaba con ser inmortal. Tan grande era su deseo que un día, decidido le dijo a los médicos que sacasen su corazón humano e incrustasen un escarabajo de oro con ojos de jade para que así nunca la pasará lo mismo que a todos los humanos, que su corazón dejara de palpitar.
-Jamás moriré, las generaciones de mis súbditos irán muriendo y yo los veré sufrir desde mi trono, sin envejecer jamás. – se decía el faraón Snefru.
Todo parecía marchar bien, hasta que un día el faraón que estaba dando un paseo por su palacio, paso frente a un grupo de sus criados, entre ellos había una joven con aspecto  muy hermoso, una verdadera belleza egipcia.  Pero había algo en ella que era diferente, no solo eso, era algo que le recordaba a…
“¡SI! Son sus ojos iguales a los del escarabajo que ahora yace en mi pecho.” Se dijo a sí mismo. Y con un enorme esfuerzo lograr articular unas palabras:
-Esa mirada…-dijo mientras la miraba detenidamente.
 Pero como era una criada, tenía miedo que fuera mal visto por los demás presentes, así que pasaron los días y las noches. El se resignaba a verla desde su ventana caminar por el jardín del palacio y haciendo las labores que las mujeres mayores le mandaban hacer. Él no podía sacar de su mente esa mirada que tenía la joven, hasta que, un día llegó un criado corriendo hasta la alcoba de Snefru y agitado le dijo:
-Señor,  el pueblo está siendo atacado por una plaga, todos están enfermando, y al cabo de uno días están muriendo.
El faraón como medida de prevención, mandó cerrar las puertas del palacio y así no que entrará nadie infectado, pasaron algunas horas cuando llegaron unos guardias a la habitación del faraón, tenían cargada a una mujer, era ella…
-Está infectada, gran faraón, ¿Qué hacemos con ella? – dijo uno de los hombres.
Perplejo por la noticia, mando llamar a los sacerdotes, ellos sabrían predecir el futuro de la mujer por la que estaba fuertemente atraído cada vez más. Uno de los guardias salió en busca de ellos, entre tanto, el faraón la tomo en sus brazos y la colocó en una de las sillas de la habitación, preocupado, trataba de hacer  reaccionar a la joven que parecía inconsciente. No podía aceptar la idea de que fuera a morir, él, que era inmortal, no pensó nunca que fuera a llegar a amar a una mortal.
-Te recuperarás, ya verás- le decía acariciando su frente y con una sonrisa benevolente.
Los sacerdotes  llegaron después de poco tiempo y  tras consultar el oráculo su veredicto fue:
-Ella morirá, le queda poco tiempo…morirá en Egipto.
Enseguida él pensó en huir de Egipto, llevarla a un lugar lejano donde pudiera estar a salvo de esa profecía y donde pudiese recuperarse. Entonces, tomó un carruaje  arrastrado por 4 caballos jóvenes, huyó hacia el norte  y después de varias noches de cabalgar llegó a una pequeña civilización donde se hizo pasar por un campesino común y donde pidió alojo en una pobre posada. Al entrar al cuarto que le fue asignado por una señora ya entrada en años ésta le dijo:
-¿Qué tiene su mujer? Parece grave. –Lo decía mirando sobre el hombro de Snefru.
-No es mi mujer-dijo  él un poco incomodo e irritado - Retírese por favor.
La mujer un tanto indignada salió. Snefru al ver que se fue, se quito  el manto que le cubría la cara y  se acerco a la ya casi moribunda Inas.
Y casi sollozando le dijo:
-No puedes morir, no ahora.
Ella con voz entre cortada le dijo:
-Gracias por… querer… salvarme, pero… el destino me está llamando.- Dicho esto comenzó a cerrar los ojos.
Snefru aun más desesperado la tomó de los hombros y con movimientos bruscos la hizo volver en sí. Estaba apasionadamente enamorado de ella, y cuando podía tenerla en sus brazos era para verla morir.
-No ¡No puedes morir!  - Dijo lleno de frustración.
-¿Quien dijo que moriré? –dijo con una sonrisa cansada- Solo me iré a otro lugar, Snefru, te estaré esperando del otro lado del puente.
-¿Puente? – Dijo ansioso- ¿Cuál puente?
-El que debo cruzar para llegar donde yacen los espíritus - dijo con los ojos cada vez más apagados.
-¡No! No te vayas, por favor ¿Serías capaz de dejarme solo? – Dijo envuelto en lágrimas.
-Por supuesto que no…te estaré esperando allá…en Duat, donde los muertos descansan – y con un gran esfuerzo Inas elevó su mano hasta el rostro de Snefru y acarició su mejilla derecha.
El no podía más. Perplejo vio morir a su amada. Y entre un mar de amargura pensaba:
“No, no me esperes que nunca llegaré… ¡INMORTAL! Maldición de los dioses.”
Abrazó el cuerpo ya sin vida,  apoyó su oído en su pecho y no escucho nada. Entonces, sacó bajo su túnica, que usaba para cubrirse en el viaje y no ser identificado como el faraón, un puñal con una inscripción: “No se busca a la muerte, ella te encuentra”. Y decidido tomó por el mango el arma, y con la punta de él dirigido hacia su pecho lo encajó profundamente, este, rompió sus costillas y atravesó el escarabajo dorado, seguido de un grito ahogado, hizo dos tajos en esa misma área y con las dos manos arranco el insecto. Cayó al suelo y sus últimas palabras fueron:
-Ahora sí, amor mío, espérame al otro lado del puente.
  parecía perdida, su cuerpo se comenzó a enfriar.

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